The crown
Puesia
Ufano, alegre altivo, enamorado
Antonio Mira de Amescua
Niágara undoso,
Sola tu faz divina ya podría
Tornarme el don divino
José-Maria de Heredia
How much he has loved
Jeb Stuart
Por qué a ti no te afecta, por qué piedad no sientes
ante este paisaje de rizos rubios cortados de mujer
flotando en las aguas,
oh, amigo mío,
cómo envidio tu inmenso orgullo.
Esa mano de fuego que ajena a otras consideraciones
me arranca el vientre,
me despelleja por dentro y lanza
esos despojos más allá
de la vida.
Helado vuelo en el sol
de los sentidos, tú, pedazo de carne estremecida, amada,
piedra que brilla en el insomnio
de los locos, noche obscura del alma, oceánicos huesos
de la lujuria.
Cuando te veo ahí
resuelto como Nemo en su Nautilus,
más allá de mí, de todo, atento sólo a la insondable
respuesta que la poderosa Final
enterró en nuestra máscara. Ola de sal que ciega
sobre los abotargados
párpados de ese viento
desconocido. Cuando, amor de mi vida, mi patria, mi caballo, mi espada,
miro esos abismos carnívoros
que te circundan, tus alas,
la espuma salvaje de tu libertad,
y te contemplo, ahí, duro, tieso, orgulloso,
tu cabeza de niebla fría
avanzando a ciegas por las despedazadas
soledades de la mujer,
horadando sin alma esas tinieblas, coronándome
de dicha sobre el silencio sagrado
y mineral de esas entrañas,
entonces,
todo el resto, desde mi asesinado corazón
que tiembla en la noche del Universo
como la llama de una vela en la brisa,
a este cerebro que va hundiéndose en el horror, todo, manos, boca, ojos
te adoran, te toman por su guía, todas las nupciales estirpes
de la aniquilación, se humillan
ante tus alhajas. Dame, oh, dame
tu fiereza, la eucaristía de tu Luna
asesina, la quemadura de tu tempestad,
revísteme de tu esplendor.
Si he de ser tu comida, come.
Si odias las cenizas que soy de lo que un día
soñé, mutílame, castígame, oblígame
a ir contigo hacia esas transparencias del oro
enterrado en el cielo.
Sobre la traición inmensa
cada vez que postergo
tus intereses, perdóname.
Deja que bese tus abismos,
columna de la alegría,
déjame ir contigo por las desmesuradas
playas solitarias de la Muerte.
Ah, querido, qué pura es tu memoria.
A quién, qué adoras?
Qué “toco” yo cuando tú adoras?
Sí, qué limpia,
qué pura es tu memoria.
Tú sí oyes
crecer la hierba de la Historia.