La luz

Nota del traductor

Conseguir articular una voz poética propia a partir de recursos sencillos es un ideal al que no debería renunciar ningún poeta. Carles Duarte está comprometido con esa búsqueda desde su primer poemario, Vida endins (1984). En efecto, tanto en ese volumen como en los diez que siguieron advertimos unos procedimientos compositivos que rehúyen la complicación deliberada y el uso extravagante del lenguaje. Debe tenerse en cuenta que este problema es particularmente delicado en el caso de un idioma tradicionalmente discriminado como el catalán. Muchos escritores catalanes, incluyendo algunos de los realmente buenos, se han sentido impelidos a demostrar la riqueza del idioma forzando la aparición en sus textos de arcaísmos, dialectalismos o neologismos rebuscados, cuando no de estructuras sintácticas medievales.
Duarte, en cambio, parte de una mentalidad de idioma normalizado. No le interesa vaciar exhaustivamente el diccionario, ni exhumar vocablos obsoletos. Su sentido poético lo lleva a una rigurosa selección léxica dentro de un registro culto. Alejados de cualquier estridencia, sus poemas se presentan como una sucesión de amables imágenes que terminan impactando por efecto acumulativo, más que por este o aquel golpe de efecto puntual.
El presente poemario retoma un procedimiento con el que Duarte ya había experimentado en D’una terra blava (1997), el de construir poemas a partir de imágenes. En aquella oportunidad se trataba de esbozos de esculturas; ahora son fotografías. Entonces y ahora el tránsito de lo visual a lo textual viene signado por una singular musicalidad. Determinadas palabras clave (rastro, tacto, azul...) sirven de leitmotiv para reconstruir en los poemas la continuidad que se observa en las imágenes.
Al traducir estos poemas al castellano he intentado mantener la objetividad, puesto que ellos se basan a su vez en algo objetivo. Ello me implicó no agregar ni modificar información concreta del original. Allí donde he debido utilizar construcciones muy diferentes de la versión catalana, me aseguré de que estuvieran en línea con los procedimientos aplicados por el autor en otras partes del poemario. En todo momento procuré no desnaturalizar la voz poética de Carles Duarte, ni mucho menos sustituirla por la mía. Entiendo que no hay otro estilo de traducción posible cuando, como ocurre en este caso, los méritos poéticos de un texto dependen directamente de unos detalles que han sido trabajados de manera exquisita.

Alberto José Miyara
Rosario

***

UN LEVE, FRÁGIL LATIDO

I
Resbala desnuda la noche en la piel.
El agua oscura del tiempo
desciende.
Llueve la luna
sombras blancas,
olas azules de luz,
soledades muy antiguas,
restos de vida,
el aire.
Ya no nos quedan certezas.

II
Verde cristal de la tarde.
Llueven los ojos
ponientes que se extinguen.
El cielo rojo
quema imágenes perdidas.
Se funde el aliento
en un tejido térreo.

III
Densidades de la noche,
transparencia rasgada
por columnas de luz,
perfiles de un tiempo
de materia de tonos fatigados
que reflejan las miradas del sueño.

IV
Rosa del tiempo,
sueño del aire,
instante preciso,
inmóvil.

Resurges.
Brasas en los ojos;
los labios se desvisten.

V
Retornas al olvido.
Las sombras de un jardín
ya no son tuyas.
Columnas vegetales,
ramas de luz,
herida gris,
sangre.
Se detiene allí el viento.
Muere,
como una ola vieja,
el gesto de esta tarde.

VI
Se diluye el color,
recomienza la luz
que se extiende y se duerme
al borde de lo blanco,
donde te habla el silencio.
Una voz que ignorabas
va borrando en la tarde
un leve, frágil latido.

***

FRAGMENTOS

I
Trozos del mundo, de mí,
cristales de luz,
vidrios opacos,
relieves,
objetos olvidados
que se desdibujan.
De pronto, una incisión,
la grieta.
Todo es blanco y es de noche.

II
Se mellan los contornos de esta piel,
el aire tensa el gesto para verte.
Se extiende el vacío,
se pierde en su centro.
Limas la luz;
quizá sólo señales de ausencia.
Te espera una isla,
tú.

III
Se hiende el mar,
olas negras se alejan
hasta el estallido,
el instante en que confluyen
las montañas.
Cruzan el cielo
ramas de luz,
sin horizonte.
Fisuras.

IV
No hay camino.
Penumbras densas
en un diáfano cielo.
Escrituras del cuerpo,
trazos breves,
desnudos,
casi inexistentes.
Fragmentos de luz,
silentes,
inalcanzables.

V
El viento te empuja.
El olvido de arena,
gris,
corta la ola.
Mundos escindidos.
Texturas.
Plenitudes que se truncan.

VI
El muro era un espejo.
Te surca el frío,
la densidad de la nada.
Rastros heridos,
huellas de alguien que has sido tú
cuartean una piel.
Se descosen las sombras.
El tacto está cansado
y lloras.

***

VESTIGIOS

I
Caen gotas de tiempo,
párpados que guardan
unos ojos lentos
que anhelábamos.
Crepúsculos claros,
imágenes que he olvidado
y que me acogen.
Archipiélagos vencidos
se funden y se deshacen.
Volvemos a la ausencia.

II
Tótemes de agua,
rostros perdidos,
invención de la luz,
pesadilla remota.
Se extiende lo oscuro.
Dedos desconocidos
reescriben
migajas de la noche,
colores de arena,
mitos.

III
Desgarro de lo azul,
espejo ancho del viento,
rompiente lerda,
desnudeces,
rastros trémulos de ti,
mientras llegan las sombras.

IV
Hilos de luz,
vestigios del alba,
flores cansadas del aire,
remolinos que se aquietan,
reflejos de bote,
campos de nubes;
palpitan unos labios.

IV
La ola blanca se escurre.
Regresa, pura,
la isla.
El mar se mueve,
un pez que nunca viste se aleja.
Se desflecan los enigmas de la tarde.

VI
Escamas de luz,
espejismos que bajan,
ciudades imaginadas
que ahora ocultas,
metales líquidos que se derraman
y se hunden,
claros de tierra,
rumores de antiguos cielos
que enmudecen en el agua.

***

EXTINCIÓN DE LA LUZ

I
Vela de fuego,
pliegues de aire ardiente,
tenue tejido deshaciéndose.
Precipicio de luz
que nutría tus ojos.
Dios ancestral.
Piel de la noche.
Mengua la ola,
el latido.
Te arrastra el vértigo.

II
Tras el rojo,
bajo el magma del tiempo
que desciende,
intuyo el crepúsculo.
Llama rota,
tacto herido,
ardiente.
Límites de ceniza,
sombras,
estelas blancas
de miradas.

III
Horizonte incandescente que se escurre.
Palpitaba el aliento
cuando el cuerpo
se engendraba.
Se extingue el universo
en unos ojos que nos observan,
dentro de ti.
Éramos islas de fuego,
gestos inertes perduran.

IV
Persistía la luz
gastando la materia.
Se cansaban las formas,
el sueño.
Vieja imagen del mundo
agrietaba el dolor.
Va creciendo el silencio.

V
Metal blando del poniente,
nubes finas,
rutas azules.
Tiemblan los recuerdos.
Más allá de la luz,
se derrumban los muros verdes.
Flores secas.
Tus ojos,
ígneos,
ya sólo son espejos:
un mar de ceniza los ahoga.

***

EL TACTO Y LA FRONTERA

I
Dobleces del tiempo,
retornos,
el gesto ancho de un cuerpo
que ahora te conmueve
y que soñabas.
El velo dibuja el paso leve del aire,
una textura frágil.
La luz se destiñe
tras un muro transparente.
La piel ferviente,
el tacto y la frontera.

II
Paisaje cercado,
el velo -prisión, refugio-
te aleja un rostro
que imaginas bellísimo.
El sueño crece
buscando en vano una piel que te acoge,
unos ojos ocultos
que sientes que te interrogan.
Las sombras no comprenden
ni cesa su aliento.
La mujer bruna te lee su mano,
vives su trazo
y sabes su nostalgia.
Palpita el mundo
antiguo,
ávido de vida.

III
La luz se despeina;
va dejando en tu cuerpo
sombras largas, desnudeces.
Como un beso te acaricia;
se afinan los viejos límites.
Tus labios se despegan;
los puebla una sonrisa,
calideces perdidas.
Olas blancas descienden
para que el gesto resurja.

***

JARDÍN CERRADO

I
La muerte profunda duerme
y ahora el mundo recomienza.
En las hojas tiembla
una claridad cansada.

II
Escucho el tiempo
que se retarda.
Pinceladas de luz,
silencios vegetales,
raíces inciertas.
Una ventana mira
al viejo jardín.
Oleadas de aire.

III
Exilio de sombras.
La noche se despeña.
Latidos de tierra,
rastros.
Es la hora del retorno,
la herida del ocaso.

IV
Caminos soñados,
ecos esquivos
de unos ojos.
Olor a tierra húmeda.
Desciende el cielo
hacia el jardín cerrado.

V
Una flor cotidiana,
el impulso de la vida desvelándose
contra el peso de la historia.
La piel fina del aire.
La tarde es un refugio,
una nube que respira.
Desnudo de mí,
te imagino.

VI
Este espacio es íntimo.
El dolor de las sombras
levanta aquí muros.
Paisaje transparente,
su forma es la del agua
y las ramas lo surcan.
Los tonos de la fruta
llenan de olas el cielo.

VII
Sientes la savia alcanzar
el tacto de las hojas,
los labios de la luz
sobre las ramas.
Miro el jardín
y te veo en los racimos gualdos,
y sé tu nombre
y la hora del reencuentro.
Llevo un traje de estrellas desteñidas.
Mis manos te esperan.

LA PIEL

I
Reposa el cuerpo,
la piel duerme su sueño.
Se desparrama el pelo
con el canto de la luz,
sobre el blanco de las sábanas.
El universo se expande;
lo habitan el fuego y el vacío.
Me acompañan
el ciclo de los ponientes
y tu gesto confiado.
Palpita el barro húmedo del tiempo;
alienta en lo desnudo y en los sueños.
Te miro y soy
un trigal
hamacado por el viento.
Puedo oír cómo estallan las olas.

II
Cuando el día se desviste
busco el alma de las cosas,
escondo los ojos en los astros,
pruebo el beso del viento.
Y el mundo se mueve
como un árbol que crece
y el paisaje se aleja.
Cuando el día se desviste
se duerme sobre la piel,
en el frágil recuerdo.
Sólo tus manos
me acogen.

III

Recorro tus pies
con un gesto de ternura,
intuyo sus caminos y sus llagas,
sus fríos y sus fatigas,
apartándote de ti,
de las manos que conoces.
Te imagino en la arena,
lamida por el tacto azul del agua.
Muere el mundo.
Te recuerdo en la piel
que ahora aprendo a querer.