El fantasma de la opera

Les fleurs qui couvent l'opium des mornes anéantissements
Lautréamont

La mano que levante la porcelana de esta máscara.
Que rompa la dulce crisálida de inusitadas suavidades.
Quien baje las escaleras de este sótano
como el esqueleto del mar
hasta mí. Quien
hasta mí.
Con el odio que los resentidos amasan con avidez
se acerque, me crea muerto,
atraviese el cerco de salmuera con que protegí mis intereses, y
constatando mi rigidez (aparente)
decídase
a
tocarme,
a levantar la porcelana de esta máscara,
quien
tanteando por las abandonadas obscuridades,
atraviese las llamas, los salones,
los jardines y firmamentos
quietos
en los decorados, pretendiendo
¡sí, pretendiendo!
bajar a este sótano, apartar
las cortinas, las ropas, los objetos,
restos de Óperas, espejos
que substraje
para vestir con ellos mi suicidio, decorarlo, encerrar
-urna de niebla- la única
Libertad que yo he amado: no tener que mostrar
otro
gesto
que mi desprecio por la mediocridad.
Y pretendiendo
(más aún que pretendiendo: usando los aparatos que los suyos
le han encomendado -“¡Termina con él!” le han ordenado)
haga
caso omiso de mi gloria, sea capaz de acercarse
hasta donde me pudro
en mi caldo de orgullo,
palpe, hurgue, descúbrame, y hendiendo
la porcelana de esta máscara
intente despegarla de mi rostro,
de lo que queda de mi rostro, ése,
ah, ése