Versione :

Estado / Identidades : De la cultura del conflicto a la cultura del proyecto

Traduzzione da

Dumenica Verdoni
MCF Anthropologie
Università di Corsica

La cuestión identitaria está en el centro mismo de la construcción y de la reconstrucción de una ciudadanía pero también está en el centro de los conflictos contemporáneos. Hoy en día, cualquier conferencia que se programe sobre el tema de la Identidad Política halla una resonancia y una ilustración trágica en la actualidad.
Córcega, País Vasco, Irlanda, Escocia, Kosovo, Ruanda, Oriente Medio, India… La cuestión de las identidades étnicas o religiosas está en el centro de los conflictos, siendo todas aquellas identidades construcciones ideológicas recientes gracias a las que tiene que aparecer un imaginario ciudadano « pluriétnico », si se quiere poder pensar la Paz.

De la cultura del conflicto a la cultura del proyecto.

El que hable de voluntad de cambio tiene que hablar al principio de conflicto, y luego de toma de conciencia. Hace unas décadas, los conflictos del trabajo, relacionados con la adquisición de los derechos sociales ocupaban mucho más el centro de la vida social. Lo que se está jugando en los conflictos de hoy son cuestiones de identidad y voluntad de democratización. Así podrían ser anunciadores de la progresiva emergencia de una sociedad civil. Que se les consideren como el signo de una crisis de integración social o como el vector de un cambio , los conflictos son inherentes a la dinámica de cualquier sociedad ; siempre revelan zonas que se habían quedado en la sombra hasta entonces por ser trabajadas por mecanismos de defensa : muy sencillamente, se puede admitir pues que hay conflicto cuando no se ha podido tomar una decisión según los procedimientos habituales.
Así estallan los conflictos cuando la demanda social, política o cultural no puede ser gestionada por los mecanismos instucionales que al intentar aminorarlos y marginarlos, van aumentando su carga tanto subversiva como emocional. Tanto más que desde la década de los 70 y luego de los 80, esos conflictos se han ido articulando en torno a dos temas : el estatuto y la identidad. Esa clase de conflictos muy próxima a nosotros, los de esos « franceses particulares » según el calificativo autorizado por el primer estatuto de 1981, pero también los no tan alejados de los parados, de los sindocumentación, todos ellos sellan la emergencia de una sociedad civil que pone en tela de juicio a la lógica de integración/exclusión de un Estado republicano cuyas decisiones tienen como efecto el cristalizar a identidades en los sectores donde los actores sociales no existían anteriormente. Las acciones dependen pues de la capacidad de los militantes asociativos, y se podría utilizar aquí el término de « comunidades de luchas », para fabricar actor social. Para compensar su escasa capacidad de presión, al tratarse de marginados o de aminorados, y su falta de recursos, intentan capitalizar la emoción (nostalgia, síntomas de pérdida de identidad, violencia, deseo de expresarse, voluntad de vivir dignamente) para impactar sobre la opinión pública, jugando la mediatización un papel señalado junto también con todas las formas de expresión artísticas (cante, teatro, literatura…) Una vez movilizado ese capital, se traduce pues por la emergencia de los dos temas que barren la totalidad del campo de la conflictualidad : el estatuto y la identidad. Dan fe de la doble voluntad de participar directamente en los procesos de decisión y de una exigencia de reconocimiento. Ambos temas son a veces contradictorios, otras veces complementarios pero en todos los casos le dan vida al proyecto. Al proyecto de vida, de sociedad, de formación, de emprender cosas…
Queda cierto que en la era de los conceptos encajados, el de « proyecto » parece ocupar un lugar preferente. Viene utilizado ora con una conotación positiva, asociado con una clase de elíxir susceptible de ayudarnos a idealizar, a crear prometedora novedad, rompiendo con lo antiguo considerado como insatisfaciente, ora arrastra consigo una conotación peyorativa, cercana al tópico según el que hay que sacrificarlo todo en el altar de la modernidad incluso mejor de la posmodernidad. Entonces se expresa la retórica del proyecto sea sobre un modo atestatorio, preconizando la marcha que seguir para instaurar un orden humano mejor, sea sobre un modo contestatario para denunciar un sistema considerado inicuo, sea sobre un modo desengañado, ¿de qué serviría soñar ?
Con ese proyecto lo que se va perfilando entre las líneas es la capacidad de un acto o un grupo de actores de decidir por sí mismo, de elegir, rechazar, actuar sobre su entorno de manera a que pueda seguir sensible a sus oportunidades, desarrollando así con él relaciones significativas ; también se trata de su capacidad de valorar su experiencia anterior para explotar las posibilidades que conlleva en términos de recursos, de espacio que apropiarse, tiempo que anticipar, personas susceptibles de ayudar a la estructuración del proyecto y de la acción que de ella se deriva.
Por supuesto eso reclama también calidades inherentes tanto a la necesaria gestión de contínuos reajustes entre pretensión teórica (¿ utópica ?) del proyecto y la concretización a la que lleva la acción, como a la toma de decisión y de responsabilidad con el fin de operar elección que ponga fin a ese desencadenamiento de posibles que produce todo proyecto. Así es como se presenta pues el proyecto en tanto que condición y no que medio de emancipación y creatividad, huella que sin duda dejó algún mito antiguo de autonomía frente a la incertidumbre del futuro o el deseo de control de una realidad cuyos datos son a menudo contradictorios.
Pues un proyecto es también la imagen mental de una situación de la que se espera que se realice : menos preciso que un objetivo, el proyecto no es ni una predicción ni un paso al acto. Como el deseo, topa con el principio de realidad. Constituyendo un posible peligro la huída desesperada hacia un futuro idealizado para librarse de la incapacidad de controlar las exigencias del presente. Sin embargo apoyándose sobre una lógica de la interacción y de la negociación se coloca en una lógica de recomposición del lazo social e interpela a culaquier actor sobre el sentido que le da a su acción : sentido-dirección por tomar, sentido-significación por encontrar, sentido-sensación por manifestar). Así puede uno interrogar el marco del proyecto que es más facil de leer : ¿ se orienta hacia el tener ? ¿hacia el poder ? ¿ el éxito ? ¿ el prestigio ? ¿la realización de sí ?

Las representaciones mentales en juego en la cuestión identitaria.

Integrar algunas de esa cuestiones identitarias en las finalidades de las políticas públicas conduce necesariamente a una definición de la cultura que no tiene que reducirse a la esfera de intervención del ministerio competente. Pues el debate sobre la identidad atraviesa numerosas políticas públicas aun si por supuesto queda claro que esas póliticas empezando por las culturales no van destinadas a resolver todas las contradicciones o a considerar todas las realidades identitarias. Asociadas con el Estado, las entidades regionales están en el centro de dispositivos de desarrollo cultural, siendo considerado el enfoque territorial como más propicio a sacar de su ñarco estrecho a las políticas públicas asociándolas con los servicios regionales del ministerio de Cultura. La identidad se convoca entonces al servicio de proyectos de territorios o al servicio de la afirmación de espacios administrativos o de desarrollo, temas que llevan al debate como lo enseñó el tema sobre la noción de « país » en el proyecto de ley sobre ordenación y desarrollo del territorio en Francia, ley que adoptó el Parlamento francés en diciembre de 1994. Se transforma pues la demanda de identidad en estrategias de pertenencia, que ya no relevan de una « fatalidad » sino de una elección.
El enfoque territorial y la relación que crea entre las identidades, las políticas culturales y dinámica territorial no podría generar la representación de una política cultural que tuviera como función el ser un « conservatorio » de identidades. La puesta en relación de las identidades con un proyecto de territorio es lo que les da sentido y puede crear una dinámica es decir una visión de futuro para los grupos sociales implicados. La palabra identidad puede en este caso tener un valor de representación de los datos históricos, geográficos, económicos que estructuran las especificidades culturales. Tanto más que en un entorno rural la cuestión de las identidades posee múltiples aspectos en los que se van mezclando referencias históricas, herencias familiares, recuerdos de viaje… El espacio de representación que se codifica en cada región expresa una visión del mundo que si es a veces incierta no deja de ser fundamental. Dentro de la adhesión de los rurales a su territorio se dan unos mecanismos complejos de asentimiento sea cuando se trate de apego a un « país », de la inmersión en una cultura de la impregnación de un entorno social, de la aceptación de un modelo de consumo o de la interiorización de referencias ideológicas.
Así a la polisemia del concepto de identidad cultural se suma la ambigüedad de la noción de lo regional que varía en el conjunto europeo de un país a otro. En un caso la región es una nación sin Estado (País Vasco), en otro es una entidad administrativa infraetática (las regiones francesas), en otra parte se define esencialmente por el uso de una lengua (ejemplo del Tesino). Igual que para la noción de identidad cultural, la heterogeneidad es lo que define a lo regional. En el caso de Córcega, la insularidad añade también su granito de arena…
Reflexionar sobre esos territorios es darle una importancia particular a la manera cómo un grupo humano ancla sus manifestaciones, su devenir, su existencia, en las relaciones que entretiene con su medio natural que se presenta entonces bajo la forma de un espacio por recorrer, investir, acomodar y donde trabajar : campos y plaza, callecitas y senderos casas y cabañas, que son a la vez lugares de prácticas, objetos de conocimiento, símbolos de relaciones sociales, de valores comunitarios.
Observar entonces el esfuerzo de los insulares por dominar su espacio, estudiar la red de relaciones que entretienen con sus lugares permite no separar al hombre de las condiciones concretas, corporales, materiales, topológicas de su existencia cotidiana. Articulación de la diversidad en la que nada queda aislado o aislable, donde cada límite es creador pues en el proceso que conduce al hombre a transformar un espacio en territorio, la relación que instituye es fundadora : espacio que él particulariza y que a su vez lo particulariza a él. La reivindicación que concierne la toponimia en lengua corsa es en este concepto significativa.
Así al observar a nuestra isla se gana en complejidad. Variedad de paisajes, variedad de lenguas, categorías socioprofesionales diversas, variedades étnicas, huellas múltiples de dominaciones históricas, con carácter económico o institucional, otros tantos factores de segmentación que pueden alimentar una cultura del conflicto cuyos fundamentos no son constantes mentales como a algunos « corsicólogos » les gusta escribirlo algo rápidamente, sino que resultan más bien de un recorte del espacio por el poder con valor normativo y disciplinario. El microcosmo insular se convierte en un campo de intensidad no sólo por la presencia de lo múltiple sino seguramente porque esas variedades cohabitan en un espacio cerrado y más restringido aún por el abandono de algunos territorios. Articular la diversidad no se puede hacer oponiendo interior a litoral, si incluso se puede suponer que esos términos son pertinentes, cuando se sabe que Córcega sólo tiene unos 80 km de ancho, oponiendo rural a urbano, norte a sur, sector público a sector privado, lengua oficial a lengua fuera de ley, signos de un pensamiento disyuntivo y reductor, contrasentidos cognitivos. Otras tantas rupturas comportamentales del insular cuya imagen mediática caricaturizada es a la medida de la incapacidad de representar ese paradigma de la complejidad que es la isla, al que se le prefiere sustituir la imagen fija, el tópico pues. En comparación de un determinado orden, la isla aparece como atentatoria a la ley de ese orden, siempre se revela como figura del desorden, colmada de contradicciones, caótica, cinto de espanto : finalmente casi el anverso del decorado, como un fantasma localizado, « la imagen invertida » encargada de colmar el déficit de comprensión. Dentro de lo arbitrario de esos protocolos representativos, la metáfora de la isla se convierte en un simulacro de paraíso o de infierno.
Frente a la difusión de las culturas legítimas, organizadas, por las instituciones y los medios de comunicación sorprende constatar que los hombres apoyándose siempre en trozos escogidos de su patrimonio cultural han sabido inventar fórmulas de recomposición simbólica, técnica, socioeconómica. Se podría tomar un ejemplo en la emergencia de una nueva ética de la actividad agrícola, también llamada « economía identitaria » que abarca al mismo tiempo la producción, la gestión del patrimonio natural y la ordenación del territorio. Esas recomposiciones también condicionan las representaciones que se hace la comunidad del medio ambiente que lo rodea y que entran en juego en la ordenación del espacio en general. Por ejemplo : ¿ en función de qué imagen turística de la naturaleza hay que arreglar un sitio turístico ? o ¿ qué sitios hay que seleccionar para protegerlos en función de su valor de patrimonio ? o ¿ a qué faceta soñada de la muy de moda « posmodernidad » corresponde la ascensión de los montes ? ¿ Es Córcega la más próxima de las islas lejanas ?
Vemos pues asomar un punto de encuentro particularmente operatorio entre conocimiento, ética de la diversidad cultural y políticas preocupadas por el desarrollo local. El patrimonio ya no sólo se considera como un lazo entre pasado y presente, colección de objetos, de edificios y de símbolos que la sociedad constituye como reserva de sentido para comprender el mundo ; tampoco se considera como conjunto de instituciones públicas, jurídicas y sociales que tienen como vocación el construir y luego el recordar la identidad histórica, sino que, por la introducción de la diversidad, paradigma inapelable de la antropologa contemporánea, se halla en el centro de la reflexión y de la política pública en cuestiones de patrimonio social, y es más bien considerado como un recurso para pensar y elaborar la alteridad.
Estudiar la diversidad de las culturas, (diversidad en el tiempo, en el espacio y según las categorías sociales) así como favorecer su reconocimiento en el espacio público, es aceptar que nuestras identidades se construyen en la alianza de la reproducción de algunos modelos, de algunos valores y del intercambio con ese Otro más o menos cercano. Sin caer en los excesos del relativismo cultural, una política de conocimiento y de preservación de los patrimonios sociales tiene pues que interrogarse sobre lo que ha hecho la cohesión cultural de los grupos, sobre esa tensión de lo « entre-nosotros », y del « frente a ellos » que está en el centro de la construcción de las identidades colectivas.
Pero entonces, es que considerar a los patrimonios sociales, ¿ sólo consiste en considerar a la Región ? ¿ Consiste en asegurar la transmisión de una permanencia identitaria entre saber hacer y saber estar ? ¿O en avanzar acaso nuevas representaciones de la cultura ? ¿En enseñar un idioma ? De entrada las palabras « lenguas y culturas regionales », designan una ambigüedad a no ser que sea una « exigüidad », si queremos utilizar el término de François Paré (Les littératures de l’exigüité), inherente a los saberes no instituidos a los que se les niega el label de « civilización » concedido por ejemplo a los idiomas extranjeros. Así a unos se les enseña la lengua y la civilización inglesas y a otros la lengua y la cultura regionales. ¿Es ése el signo de una jerarquización de los saberes, sello indeleble impuesto por un siglo 19 evolucionista y difusionista a nuestras representaciones mentales de la cultura ?
¿ Se ha dicho cultura ? ¿ Pero a qué sistema de valores nos remite la palabra ? ¿ A ése que se refiere al sentido global y cuantitativo de conjunto de conocimientos ? ¿ A ése que la antropología designa como cultura apuntando al conjunto de las producciones y de las actividades humanas ? Si desde principios de este siglo esta ciencia no ha dejado de interponerse entre los juicios de Uno y los rechazos de Otro, concentrándose en el estudio de microsociedades esta vez dentro del mundo civilizado, aunque sí cristales culturales en margen del progreso y particularmente de la escritura, sin embargo consagró una nueva figura de la alteridad : las sociedades de la oralidad. Examinemos pues el caso de Córcega. Si se ha aceptado el criterio de lengua, no estamos muy lejos de hablar « el lenguaje de los pájaros » ; si se trata de la organización espacial, la ausencia de ciudad nos confina a habitar la « silva », ese lugar nohumano, bosque, « maquis », isla… ; en cuanto al aspecto primitivo de nuestra cultura, bajo el vocable de oralidad se convocan cientos de fantasmas, además del « paso» del oral al escrito cuando ambos esos dos modos de transmisión coexisten muy a menudo ; los « corsicólogos » del 19 y 20 nos enseñaron que la oralidad es una forma disfrazada del canibalismo social, fuente de desorden y de violencia, violencia atávica por supuesto. El solo hecho de considerar al clanismo, por ejemplo, como un mal social es suficiente para demostrar la dificultad que tiene una identidad en búsqueda de reconocimiento para pasar de una demanda « de ser definida por » a la acción de definirse « a sí mismo ». Pues los criterios de juicio del dominante son precisamente los que ponen en acción la crisis de identidad.
Para el actor cultural, no son tanto las diferencias aparentes entre ésta o ésa práctica cultural las que importan sino el sentido explícito o no que le atribuyen los actores a sus conductas. Entramos aquí en una visión dinámica de la cultura que se interesa más por los procesos que, por medio de formas simbólicas (gestos, sonidos, colores, materias) o estructuras imaginarias (signos más abstractos, representaciones sociales) mediatizan nuestra relación al mundo y a los demás para darle un sentido. A esas significaciones se les atribuirán valores, normas, códigos sometidos a la variación en el tiempo tanto como en el espacio y que le permiten al grupo, en un lugar dado, en un momento dado, identificarse y particularizarse en el marco de una construcción identitaria que concilia la memoria y el proyecto.
Así con las estrategias utilizadas por el grupo social en la construcción de su identidad ; se puede notar que éste nunca se define por la totalidad de los elementos de su cultura sino por los utilizados por sus miembros para afirmar y mantener una diferencia en una relación dialéctica de adhesión y exclusión. En otros términos, la identidad no es ni una cosa ni un depósito que se pudiera intercambiar o manipular según se quisiera, sino un sistema activo que instituye relaciones y representaciones. Sin embargo esos elementos afectados con un valor simbólico, aunque permiten marcar las fronteras culturales, tanto más supercodificadas que nuestros vecinos se nos parecen más, lejos de funcionar como particularismos tienen que facilitar por lo contrario la articulación de los distintos niveles del conocimiento, que atañen a lo global, lo local y al sujeto.
En este concepto, a lo largo de este medio siglo, en la construcción identitaria de la comunidad corsa la reivindicación que, dentro del sistema cultural, concierne a la lengua nos aparece como significativa de un criterio de identidad que permite cumplir con las exigencias de esa triple articulación. Esta elección puede ser superdeterminada por un contexto sociohistórico dado que lleva a producir situaciones a menudo conflictivas cuyos síntomas son muchas veces ampliamente aumentados.

El cambio :

Tirando del hilo rojo de la reivindicación sobre la lengua, era todo un sistema el que iba a devanarse. Si se le añaden las reivindicaciones sobre los medios de difusión y de comunicación, (el ejemplo se cierne sobre todo sobre los medios de comunicación) necesarias para el conocimiento y el desarrollo de una cultura, entonces aparece lo que realmente se está jugando : pedirle al Estado los instrumentos de formación que permitan darle a le lengua y a la cultura corsas no sólo su valor patrimonial sino sobretodo su poder de acción y de creación.
Cuando en 1974, bajo el empuje reivindicativo por culpa de la aplicación tardía de la ley Deixonne cuyo primer decreto remonta a 1951, la enseñanza de la lengua y la cultura corsas hace su entrada de manera optativa en el sistema educativo francés ; enseguida tropieza con el proyecto del modelo republicano de integración. En efecto, gracias a la escuela de la República, Francia más que cualquier otra nación moderna, durante mucho tiempo se identificó profundamente y casi únicamente con lo universal.
En la década de los 80, se vino afirmando con cada vez más claridad la voluntad de renovar el marco educativo francés y eso se hizo en particular bajo la influencia de los movimientos regionalistas y/o nacionalistas, occitano, bretón, vasco o corso. Esos movimientos ponen en tela de juicio ese modelo francés de integración republicana y el modo cómo el jacobinismo de la nación francesa habría erradicado a su propia cultura. En particular denuncian la destrucción por los « negros húsares de la República », o sea los maestros, de una lengua y de una cultura que ellos pretenden salvar a partir de entonces. Para la lengua, piden un reconocimiento que permita salvarla y darle nueva vida, para la cultura, evocan un pasado y un patrimonio que no se confunden con los de la nación francesa y con la memoria de los vencedores al par que se van esforzando en algunos de los casos por asociar su lucha cultural con reivindicaciones socioeconómicas por ejemplo la de desarrollar un tipo de economía llamada « identitaria ».
La institución escolar participa activamente e incluso autoritariamente en la construcción de una sociedad nacional, es decir a la elaboración de un conjunto integrado de relaciones socioculturales que laminan a los « particularismos » locales y regionales pues para el Estado-nación, se trata de hacer coincidir casi perfectamente a la nación étnica, cultural con la nación política e institucional ; de allí la expresión canónica : « un pueblo, una lengua, una nación » ; Marianne, alegoría de la República, una e indivisible representada a la imagen y semejanza del Monarca absoluto, representación heredada del poder del Antiguo Régimen.
Pero la escuela de la República ha ido descubriendo que le cuesta muchísimo trabajo dominar la diversidad cultural, a pesar de que ella misma la produce, y aceptar esa diversidad que recibe en su seno, especialmente con la inmigración de población y no sólo de trabajo.
Por supuesto la introducción de la enseñanza de la lengua y la cultura corsas en la institución escolar, si se quiere conseguir una construcción identitaria coherente por la articulación de los tres niveles del saber que se han expuesto más arriba, tiene que evitar la trampa de la reproducción del modelo del Estado-nación. El estribillo de los años 70, « lingua, cultura, populu, nazione » cantado por I Muvrini y que suena como un eco en el documento de 1986, que hay que interpretar sin duda como el primer signo de la reacción de una « corsidumbre » aun no consciente de las estrategias neocoloniales y de los reflejos de « negro blanco », tendría que dejarle sitio a una nueva negociación que sea más conforme con las realidades multiculturales que son nuestras.
Para asegurar el funcionamiento de los tres niveles distintos de la cultura, el proyecto de construcción identitaria exige que se vaya reorganizando el sistema educativo en su conjunto, en una convergencia de los flujos culturales.
Al nivel del saber global, la escuela tiene que permitir al que aprende el acceso a todas las fuentes de información, libros, textos, hipertextos, medios de comunicación, multimedios, bancas de datos… en una interactividad creadora es decir no sólo para recibir sino también para producir y difundir. Allí es donde intervienen las políticas de incitación y de promoción para ayudar financiera y técnicamente en la elaboración de instrumentos innovantes pero también y sobretodo para ayudar a la difusión de esos instrumentos : escuelas en todos los grados, bibliotecas, mediatecas, centros culturales, asociaciones de vecinos, autodidactas…
Al nivel de lo local, aparece la necesidad de prodeder de manera más completa al inventario y a la puesta en valor del patrimonio no sólo ecológico sino también y sobretodo social es decir lingüístico, literario, arqueológico, etnológico, histórico… En efecto, ¿ cómo imaginar por ejemplo que un profesor después de presentarles en una clase a sus estudiantes el periodo neolítico pueda organizar una ilustración « in situ » en el « vertedero » en el sentido municipal del término (y no arqueológico), de Araguina Sennola, o entre el intricado « maquis » que impide todo acceso a la mayoría de los sitios ?
Al nivel más individual, el desarrollo cognitivo y afectivo del niño pide que se vaya asociando a la pregunta «¿ Qué es lo que aprendemos ? » con la pregunta « ¿ Cómo lo aprendemos ? ». Queda hoy muy claro que en los ejercicios de aprendizaje que proponen a los alumnos los profesores (a los que se les piden que sean « cazatalentos »), sólo se movilizan las capacidades intelectuales y eso sólo en sus funciones de recepción y de restitución. Pero para pasar a una fase más productiva y más activa luego más creadora de sentido, hace falta poder movilizar un conjunto de capacidades más amplias, incluídas las que implican lo emocional, a la vez en el orden de la sensación y del pensamiento. De allí que sea necesaria la utilización de formas de transmisión distintas de las instituidas por el saber escolarizado elaboradas en situación de comunicación y que forman sentido para el niño. Si hasta ahora la escuela ha tenido como objetivo en los métodos de aprendizaje el transmutar un saber científico en un saber escolarizado, no cabe duda de que hoy la escuela tiene que transmutar también el saber social imprescindible a la construcción del niño y a la expresión de su yo, libre de ser también diferente de la diferencia.
Pero, y eso ya ha quedado claro, las dificultades no sólo provienen de esas nuevas reivindicaciones que integrar sino de la máquina integradora misma, luego del Estado francés y del modelo de ciudadanía que lleva consigo. Y más aún pues cuando choca con dos nuevos territorios de ciudadanía que no coinciden con el territorio del Estado-nación, el de la ciudadanía europea y el de la ciudadanía local. ¿ Acaso no se podría reconocer y guardar los derechos de un ciudadano de gozar plenamente de una cultura distinta de la que domina en el Estado del que es miembro ? Esta pregunta ha sido ampliamente estudiada por el Concejo de Europa y si bien fue objeto de un primer acuerdo (Viena, 1993), es de lamentar que Francia después de declarar que no se sentía implicada haya firmado a regañadientes ¡ entrando así a reculones en el futuro !
Esta situación de malentendido podría, si nos descuidáramos, producir la figura más estilizada del conflicto, el de la rebelión que aparece cuando el espacio de contribución de acuerdos cívicos se restringe cuando el orden moral o policial se hace más fuerte, cuando las minorías tienen el sentimiento de haber sido objeto de una violencia institucional por la deposesión de lo que son. Los « espacios intermedios » se van conectando entonces con zona mas subterráneas para convertirse en lugares de impulsión y de resistencia y hasta de guerrilla que atentan al orden del Estado.
Simultáneamente, esta situación viene trabajada por un aspecto que apareció de manera bastante subrepticia aunque portadora de mucho sentido : durante 40 años, la construcción de Europa se defendió de intervenir en el campo de la educación que constituía un coto vedado de caza para los Estados nacionales. El tratado de Maastricht permitió a las instancias europeas interesarse por la educación y tener proyectos en ese campo ; se hace evidente un efecto inmediato : 1996 se decretó « Año europeo de la educación ». Así está apareciendo un nuevo actor en la escena de las políticas de educación. Es cierto que la política europea aún es muy prudente en este tema pero se puede pensar que se irá ampliando y eso también por razones financieras.
Al lastrarse así de una fuerte carga social, el enjuiciamiento de la institución ya no se hace sólo pasando por las instancias políticas sino también y sobretodo por la acción de la sociedad civil. A partir de la mitad de la década de los 80, se va difundiendo por todas partes la idea de una crisis del modelo francés que traduce primero las preocupaciones relacionadas con el funcionamiento de las instituciones : la capacidad de la República de integrar diferencias culturales incluso también las relacionadas con la inmigración ¿ no es acaso cada vez más limitada ? El fracaso de la misión de socialización o el del acceso en la nación a una ciudadanía son los síntomas de una pérdida de eficacia social de la República. Se hace entonces necesario el pensar en la reactualización de lo que se está deshaciendo o separando, o sea la economía y la cultura, el Estado, la sociedad y las identidades culturales, el sistema educativo y los actores sociales, de manera a que se insista particularmenteen lo que está realmente en juego en tal replanteamiento : preparar un « aggiornamiento de la escuela de la República ».
Así es cómo habría pues que escuchar las voces que ya se dejaban oír en el documento de 1986 en términos de Democracia, apelando por una modernización del papel del Estado, que tiene que ser cada vez más limitado, una redefinición del sentido de la Nación, un tratamiento más abierto de las identidades culturales en sus diferenciás, pidiendo que no se confunda construcción europea y globalización económica, reconocimiento de los particularismos culturales y comunitarismo, reivención del servicio público y llamamiento incantatorio a los valores republicanos.
Desgraciadamente, el reciente censo ministerial que ha calculado unas 206 hablas no nacionales en el territorio francés, ha contribudo a agitar el espectro de la fragmentación del Estado-nación para el que la reivindicación sobre la enseñanza de las lenguas y culturas regionales es un caballo de Troya. Citemos a modo de ejemplo estas frases publicadas en la prensa nacional del mes de julio, consecutivamente a la negativa del Consejo Constitucional y bajo la pluma de Alain Peyrefitte de la Academia francesa (Le Figaro, sbado 17/07, domingo 18/07 1999, p.11) :

« No se correría el riesgo de ver surgir nuevamente una situación como la que Mirabeau denunciaba en la Francia del Antiguo Régimen, « un amasijo inconstituido de pueblos desunidos » (…) Claro que las lenguas de los inmigrados van teóricamente excluídas de esta Carta pero en el caso de que se adoptara, ¿ quién les impediría a los inmigrados reivindicar la paridad con las lenguas regionales ? »

Francia persiste pues y no firma la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias a pesar de que se inspirara en la Europa de los cuarenta, la del Consejo de Europa, y que es animada por la Europa de los quince, la de Bruselas. Como se siente por un lado amenazada de implosión por lo local y por otra de disolución en la globalización de los saberes vehiculados hoy no sólo esencialmente por la escuela sino por los medios de comunicación y las autopistas de la información que son las nuevas tecnologías, la institución escolar fracasa en realizar la articulación de los tres niveles del saber y conoce una crisis de eficacia en términos de éxito escolar, de cohesión social y de transmisión.
La escuela se convierte entonces en uno de los socios esenciales del pacto social en el que combinar lo múltiple sería socialmente más prometedor que uniformizar en el conflicto. Córcega reúne en este concepto todos los ingredientes que obligan a la elaboración de ese contrato sabiendo que lo que se plantea es el reconocimiento de nuestra cultura, como cultura minoritaria, como la de las demás culturas que están participando aquí.
Recordemos las cifras del año escolar 98/99 : en la enseñanza primaria, el 16,10 % de los alumnos son de origen extranjero (cifra a la que convendría añadir el número de niños naturalizados), en la enseñanza segundaria, el 11,70 % (cifra que indica una deperdición en el paso del enseñanza primaria a la segundaria menos importante que en las demás academias). El contrato por negociar no sólo es social, para una mejor conexión de los distintos espacios culturales sin la que no puede haber socializacin ni identicifación posibles de los individuos y de los grupos pero también institucional con el fin de asegurarle a cada uno independientemente del sacrosanto derecho del suelo, el derecho a la ciudadanía cultural que ya evocamos antes.

« Este proyecto tiende a reunir las condiciones fundamentales para su realización luchando contra la discriminación y toda la devalorización social que achaca a una cultura dada. Este proyecto introduce el concepto de ciudadanía cultural relacionado con el concepto de ciudadanía política (derecho de voto y delegación de poder) y de ciudadanía social (derechos sociales). Lo que supone el paso de la idea elitista de cultura a una concepción que favorezca el desarrollo de la diversidad cultural tomada en sus aspectos territoriales como en sus realidades de individuos y de grupos. » (Antonio Perotti, cité par C.CLANET, L’interculturel)

Habíamos enunciado al principio de nuestro planteamiento un postulado según el que las conductas de los actores-autores de proyectos se inscriben en unas relaciones de poder y forman pues un sistema de acción que favorece el cambio. Queda cierto hoy que ese cambio no sólo es supeditado por las condiciones sociales, económicas, culturales sino también por condiciones políticas. Pues lo que se pone aquí de realce en esta demanda de democracia es el terrible desfase en la noción de ciudadanía entre sus dimensiones estatutaria, efectiva e identitaria. Estamos obligados en constatar que la noción de ciudadanía en su acepción demasiado universal que procede por abstracción de las diferencias en nombre el principio de igualdad, no consigue eludir las desigualdades ni la voluntad de los individuos de ver reconocer sus especificidades. Es por lo demás fácil de constatar que la lógica de integración de la ciudadanía no va sin cierta lógica de exclusión. De allí esas nuevas figuras de la alteridad que hacen aparecer la necesidad de reajustes en término de ciudadanía.
Pues toda afirmación identitaria por un lado consagra la explosión de la ciudadanía universalista presentada en el mejor de los casos como un voto piadoso y en el peor de ellos en provecho de las relaciones primordiales intensamente vividas y sentidas selladas a la escala de lo partidular, el sentimiento religioso, la pertenencia étnica, el uso común de una lengua, por otro lado se la pone al servicio de una demanda igualitaria y participativa. En todo caso, lo nuevo es el rechazo cada vez más marcado de las formas que tomaba tradicionalmente en Francia la pertenencia ciudadana, aquella ciudadanía pasiva, sufrida, delegataria, y la exigencia creciente de una ciudadanía mejor dominada por cada uno, más activa, más participativa, más agradecida.
Sin real democracia, ningún cambio es posible, en ningún campo. Hacer recular el fraude electoral, tanto el que se ejerce antes como después del escrutinio también es un combate por la dignidad humana.
Otras condiciones son también nuevas, más geopolíticas. Europa está buscando sus fronteras, antes situadas entre este y oeste ; desde la caída del telón de acero, se desplazan más hacia el sur, reclamando así una definición más clara (¿ más blanca y más cristiana ?) de los que algunos ya están llamando con cierto puritanismo « la Euromediterraneidad ». El conjunto de los proyectos incitados por Europa, y los que conciernen « el Interreg », término que designa a la vez una cooperación en materia de competencias entre grandes regiones no sólo limítrofes geográficamente sino también culturalmente, Córcega/Cerdeña, Córcega /Toscana y una recomposición de territorios en los que Córcega puede volcarse de nuevo hacia el sur. Lo que se está jugando es enorme ; las fronteras, ya se sabe, y más entre vecinos próximos hay que repetirlo, acarrean un incremento de las diferencias sobrecodificadas culturalmente, pueden ser tanto espacios de seguridad como campos de batalla, también pueden permitir a los centros europeos que deleguen a su periferia mediterránea la delicada regulación de algunos conflictos, y hasta de algunas desigualdades…
La extremada heterogeneidad y la extremada conflictualidad de ese sur sentido como una amenazadora «ribera de los Sirtos », reclama de primera que se resuelvan algunas cuestiones : la de los pueblos sin estado, la de las identidades minoradas, la de la necesaria deconexión en términos de derechos entre cultura y territorio, enfin, una vez más, la cuestión central de la ciudadanía cultural.